domingo, 10 de mayo de 2009

El médico que vive dentro

Desde hace poco más de un año, siento que mis ojos han ido cambiando; he empezado a saber cómo observar, qué detalles son los que se deben buscar; los cuerpos se han ido convirtiendo en manquinarias bien aceitadas, que con sus detalles visuales pueden describirte como están funcionando. Me veo tentado a comparar mi visión de un ser humano, como la visión que tiene un arquitecto de una casa; normalmente sus estructuras, sus columnas, sus materiales pasan desapercibidos para el resto de personas. Las ventanas son ventanas, y no parte de un equilibrio simétrico orientado en el espacio para captar la mayor parte de luz de día; los pasadizos, las escaleras, no son para ellos simples espacios que nos llevan a otras habitaciones, y hasta la cantidad de escalones y su altura, su tamaño, todo va siendo parte de una ecuación que intenta acercarse a la perfección.

Yo he empezado a ver a las personas así; sé que es natural, sé que no importa a lo que te dediques, que empiezas a encontrarlo a cada paso que das; como cuando alguien me enseñó a ver las películas por los planos, la dirección de fotografía, la perspectiva y a veces me encuentro imaginando escenas en donde me encuentro parado. Así se han convertido las personas en lienzos para ser estudiados, en acertijos andantes; y a veces, me asusta. Porque quizá cuando un arquitecto ve una casa, no ve un hogar, sino una obra; porque el cine puede dejar de ser mágico si sólo ves técnicas de filmación y edición... porque las personas pueden perder parte de su privacidad cuando puedes ver en el color de su piel una enfermedad, en sus manos las carencias alimenticias o de oxígeno; o cuando la tos de alguien deja de ser un sonido en el fondo del autobús para convertirse en una posibilidad de tuberculosis. 

Y no sólo eso, la vida empieza a ser la suma de los factores de riesgo; el cigarrillo en frente deja de ser el sabor que acompaña el café para convertirse en fibrosis pulmonar, el café en gastritis, el sol en cáncer de piel, los besos en herpes, el sexo en venéreas, y la sangre... dios nos libre la sangre; uno de los sustos más grandes que puede existir, y que sólo puedo imaginar, es pincharse con la aguja que estabas usando para suturar a alguien... porque como dice la primera norma de la bioseguridad: Todos están contagiados hasta que se demuestre lo contrario. 

No hay que confundir las cosas, uno no puede ser tan paranóico; uno no vive teniendo miedo de todo y de todos, porque al final se aprende que todo es como jugar una lotería, que a cada cigarrillo que te fumes estás comprando un boleto para el sorteo de un flamante cáncer de pulmón céro kilómetros y mi cenicero en frente es testigo de mi estupidez; pero a veces, no saber ciertas cosas es una bendición. 

Una de las pocas cosas que me ha enseñado mi antiguo colegio evangélico fue "Y conocereis la verdad, y la verdad os hará libres..." pero bien he ido aprendiendo, hay algunas cosas que hubiera preferido no conocer, como aquel beso que esa chica le dió a otra persona, como cuando descubres antes que cualquiera la enfermedad de alguien que quieres, y entonces, las probabilidades pesan como zapatos de cemento cuando te han lanzado por la borda. 

Al final, todas estas probabilidades, todos los factores de riesgo y las enfermedades que cada día descubro que hay más; quizá puedan hacer que aprecie más la vida misma; la suerte de aquel que no está destinado a morir en un año, o si fuera así, la suerte de tener un año más para vivir. Creo que los seres humanos aprendemos por contraste, no existiría el bien si no lo pudieramos comparar con el mal; y no somos tan concientes de lo bueno que es estar sano hasta que vivimos cerca a los enfermos; quizá todos deberían aprender más sobre medicina,ya que estudiar las enfermedades y a los pacientes que las padecen muchas veces te hace pensar en la suerte que tienes... o quizá todos tenemos el médico que vive dentro, que nos hace sentir bien cuando podemos salir a pasear, cuando nos permitimos hacer algo de deporte, cuando encontramos en el detalle más pequeño un motivo para sonreir. 

Definitivamente, hace un año o poco más, mis ojos se han ido abriendo... 

1 comentario:

elena clásica dijo...

¿Tú eres un estudiante de medicina con alma de poeta y de filósofo? No, no, tú eres un poeta que estudia medicina. Fascinante tu reflexión, tu respeto a los demás: a sus cuerpos y a sus almas. Ello te hace más sensible ante el dolor, pero ante todo hace nacer en ti al hombre. Me estoy acordando de unos versos de una canción de Pablo Milanés ("Eso no es amor" de "Guerrero") que dicen: "qué suerte y qué dolor que pueda sentir así": creo que esto es lo que a ti te ocurre, tienes mucha suerte y sentirás mucho dolor por ser tan sensible y sentir empatía.
Ese comentario sobre el contraste, el aprender a disfrutar de lo que se tiene y de lo que se es y sobre todo de los pequeños detalles de la vida, bueno... me ha estremecido.
Mi niño, para mí eres el médico poeta.
Un besazo.