lunes, 31 de agosto de 2009

Lo que hay detrás de la sonrisa

Sé que hace tiempo no escribo por aquí, pero habían ciertas cosas que tenía que terminar de reestructurar primero. Y ahora que me encuentro mucho mejor, seguiré con las andanzas por aquí.

Creo que hay pocas profesiones en esta tierra en las cuales uno aprenda, como parte de los estudios, a sonreir.

Ayer estaba en un café, en uno de esos lugares donde la mayoría de personas sonríen, donde hay música alegre y todo parece estar donde debe estar; quizá, esa sea una de las razones por las cuales me siento a gusto en ese tipo de ambientes. Cuando cada persona, cada rostro, dejó de ser parte del paisaje y me di cuenta que todos eran personas como yo, como cualquiera de nosotros, me invitó la curiosidad a fantasear sobre los problemas que debían tener todos ellos; sin importar lo bien que a uno le vaya en "general" siempre hay problemas, y como me contaría un amigo hace algún tiempo "todos tienen sus problemas, y ninguno deja de ser importante" porque el único que se puede soportar, es el ajeno.

Ayer me di cuenta, que todos, sin importar cómo se presenten, cómo se vean, todos deben tener alguno que otro fantasma persiguiéndoles los talones; al menos, las veces que he tenido la oportunidad de intimar con alguna persona un poco más de mis relaciones superficiales, he llegado a ese punto en el cual empiezan a confesar uno a uno sus miedos más terribles y entonces, por más alegres que sean, sé que todos tienen heridas que están constantemente abriéndose.

Por otro lado, hoy en el consultorio de dermatología, pensaba que todas esas personas acuden a consulta porque están preocupados, porque tienen un mal que los aqueja; a veces no es un mal físico, corpóreo, simplemente son dudas y miedos. La dermatóloga que estaba a cargo de mi aprendizaje intentaba reconfortar a estas personas, a las madres de los niños, a quien quiera que entrara por esa puerta intermitente; y después de dejar el pesar de sus hombros en aquella consulta, salían con otra aura.

Estoy seguro, y quizá sea algo que todos aquellos que no son médicos (y quizá los que lo son también) deberían tener en la cabeza, es que con quien hablan, es una persona más; sus conocimientos no lo ponen por encima de serlo, y sus problemas propios y miedos, no desaparecen después de las consultas. No intento excusar mediocridad, ni tampoco pedir que no lleven sus problemas, porque para eso estamos, para poder ayudarles en todo lo que se pueda y de la mejor manera; incluso podría decir que necesitamos tanto de ellos para curar nuestras propias almas, que hemos elegido una carrera donde ayudar nos ayuda... Pero cuando uno pierde su condición de humano, y empiezan los horarios atenuantes, los pacientes sin paciencia, la falta de confianza que mata y las ganas de demandar a todo aquel que no lo atendió a uno con una sonrisa perfecta, hace que esta carrera en lugar de ser humanista se empiece a convertir en una empresa donde sin importar qué suceda se mide a sus componentes no como personas sino como engranajes que sin meditarlo pueden ser cambiados por un repuesto de dudosa procedencia.

Y para el otro lado, todos los médicos deberían darse el tiempo de descanzar, de disfrutar las consutas, de conversar con los niños que van, con las mamás que están preocupadas. Porque, más que cualquier otra persona, saben bien lo que hay destrás de la sonrisa. Para que la sonrisa nunca sea parte de lo que se aprende, del profesionalismo.

Por una sonrisa que sólo sea eso, una sonrisa.