sábado, 2 de agosto de 2008

Cuando mi alma hizo crack

Se habla de la perdida de sensibilidad de los profesionales de la salud; personalmente, no creo que la "sensibilidad" se pierda, pero sí es cierto que tras ver tantas cosas que normalmente serían impresiones fuertes, como partos, enfermedades terminales y muertos a granel, empiezan a tornarse cotidianas, o puesto de otra manera, dejan de ser tan fuertes.

Por otro lado, no logro concebir en mi cabeza al médico que llore cada vez que su paciente se pone peor o se muere, tiene más pacientes, hay más gente que necesita de sus servicios... aún no he estado personalmente en dicha situación, pero imagino que parte de la vocación es aprender a recoger tus pedazos, a no perder el sueño ni deprimirte, porque así es la vida, porque así es la medicina.

Claro que también existe el hijo de puta, siempre existe y en todas las profesiones, al que las personas dejaron de importarle hace muchísimos años; que sólo le interesa el dinero o que estudió por alguna razón estúpida y cuya alma pusilánime jamás le permitió desagüevarse y gritar "¡quiero ser acróbata de circo!". Pero tengo la convicción que en mi profesión no hay una plaga virulenta de apatía y desinterés por las personas; hay quizá, demasiados hijos de puta, pero la ley de la beneficencia será siempre el objetivo más realista de una carrera relacionada a la salud.

Conversando de todo esto, recordé mi primera experiencia que involucraba hacer estómago; parte de las prácticas de anatomía en la universidad incluye el estudiar cadáveres, hacer las famosas disecciones, que por cierto es lo que todo el mundo sabe que se hace estudiando medicina aunque lo hagan también en enfermería, odontología, tecnología médica y dios sabe qué otras profesiones más. Así que a aquel instante en el que cambió mi manera de ver una persona, lo llamé el momento en que mi alma hizo crack.

Recuerdo claramente estar pensando en la puerta del anfiteatro minutos antes de la primera clase; pensaba algo así como: "diablos... jamás he visto un cadáver en mi vida..." seguido de un lógico "¿y si vomito?... ¿si no me da el estómago?... quizá no esté hecho para esto..." Llevaba con prisa el cigarrillo a mi boca, repasaba mentalmente el kit de disección que había conseguido y sentía cierto nudo en la garganta al expirar el humo.

Minutos más tarde, me encontré inmerso en aquel olor penetrante del formol; estaba parado frente a una mesa fría de metal, que a modo de altar de sacrificios, cargaba aquél frío cuerpo cubierto por una franela de color rojo vino que dejaba apreciar la silueta de una persona,la sábana blanca sólo la he visto en las películas.

Lo primero que se te ocurre ver, es el rostro, el cuerpo es demasiado inespecífico; la curiosidad está en ver la expresión; la franela roja se fué doblando bajo los guantes perlados del cirujano que estaba a cargo de aquella mesa; ojos opacos, la boca abierta, una expresión imposible, demasiados detalles como para fijarlos con la primera mirada... Ni siquiera recuerdo lo que decía aquel doctor mientras se preparaba para la práctica; sólo recuerdo estar parado ahí, viendo un hombre muerto, pensando en cómo había llegado hasta ahí y porqué nadie había reclamado sus restos para enterrarlos...

"muchachos, este es el tejido celular subcutáneo; fíjense en el abundante tejido adiposo que rodea los músculos..."

Crack

Dejé de ver una persona, para ver un objeto de estudio...
no quería perderme la explicación del cirujano.

domingo, 22 de junio de 2008

Vergüenza de género

Paciente mujer de 36 años, ingresa al hospital por emergencia tras haber sufrido un sincope, le sucedió mientras caminaba en su casa, inició con una sensación de mareo y vértigo, niega convulsiones y pérdida de tono de esfínteres, de duración no cuantificada, aunque refiere que despertó en la sala de emergencias.

Dice sentirse mal hace tres meses y desde entonces casi no come, ha perdido once kilos; tiene escalofríos por las noches y la sensación de que la temperatura se eleva (sensación de alza térmica le llaman); refiere tos, especialmente por las mañanas, es productiva y de expectoración blanquecina.

Sábado por la mañana, llegué al hospital en busca de un paciente para realizar una de las seis historias clínicas que supuestamente debía entregar este ciclo, y entre todos los rostros del pabellón brillaba aquella carita indefensa; era una de esas mujeres que, más por la expresión que por belleza, hacen que sea inevitable fijar la mirada en ella. Estaba sentada en la cama, en una de esas camas, metálica, fría y descuidada; observaba con atención lo que sucedía alrededor y no tardó mucho en darse cuenta de mi mirada curiosa.

Me acerqué al interno que estaba a cargo de su cuidado, y luego de conversar con él, me dijo que podía historiarla, era bastante colaboradora y no me daría problemas. Me recibió con una sonrisa, aceptó cordialmente a responder mis preguntas; hice tantas, todas las de rutina que hasta ese entonces había memorizado, hay que hacerlas y usualmente son muchas; ella respondió con la voz tranquila y poco a poco fue contándome de los males que la habían llevado en esa oportunidad al hospital… sí, habían habido varias oportunidades… sí, tenía sida.

No hay pregunta correcta que pueda seguirle a una afirmación así; entonces uno acude a lo que ha aprendido y comienza a interrogar sobre el tiempo de la enfermedad, si está siguiendo un tratamiento, si tiene conteo de glóbulos blancos… las preguntas llegan a maretazos pero continúan perdiendo el sentido, y no es sino hasta que uno revisa las respuestas más tarde que se da cuenta de lo que le han confiado, la única y primera pareja sexual que había tenido era su esposo, tenía dos hijos y la menor también era código blanco.

Resulta repugnante, la vergüenza de género me invade; es bastante terrible ya que exista una enfermedad así como para enterarse después que una gran cantidad de mujeres son contagiadas porque un tipejo saca los pies del plato; sí, son muchas… una canita al aire que termina contaminando la sangre de su descendencia… Cómo alguien que supuestamente quiere a otra persona lo suficiente para iniciar una familia puede terminar llevando semejante cosa en la sangre a su propia casa, no es tan sencillo lo sé, pero igual, sucesos como ese me hacen anhelar la existencia de un infierno, en el cual no creo usualmente, para poder dormir tranquilo soñando que todos pagan con creces sus maldades.
La paciente tenía anemia, por eso el síncope... se descartó la TB felizmente y a los pocos días fue a casa con un nuevo tratamiento para su problema de fondo.

En principio...

Hasta hace un año aproximadamente, creía que mi vida como estudiante de medicina era absolutamente aburrida, no por esto dejaba de ser satisfactoria o interesante, sino que pasar tiempo encerrado entre libros y clases no te dan exactamente la opción de llevar una vida social atractiva. Fuera del ámbito académico, es difícil encontrar el tiempo y la oportunidad de tener experiencias que valgan la pena ser contadas, ni siquiera la opinión que uno puede formarse de las ciencias básicas alcanzaría a ser lo suficientemente interesante como para evitar ser una conversación trivial, por más interesante que sea, siempre se topa uno con la necesidad de conocimientos previos, que mal que bien, limitan los posibles receptores de tus mensajes.

Han pasado cuatro años ya desde que me embarqué en una carrera de la cual, hasta este año, no tenía ni la más vaga idea de lo que significaba; claro, una cosa es ver un personaje de E.R o Dr. House en la tele, y otra muy distinta es conocer doctores que lidian con más problemas de los que uno podría imaginar siendo un observador externo.

La medicina es tanto ciencia como arte, es lograr un equilibrio entre lo que te dice un libro y lo que grita un paciente dolorido; no hay respuestas exactas, ni exámenes o pruebas de laboratorio que estén completamente libres de la influencia del error humano o que en última instancia fallen al ser mal interpretados, no existen elíxires milagrosos que curen a las personas de sus males, ni tratamientos ideales que no deban ajustarse a la persona en su condición como ser individual, y en el caso de este hospital, como ser misio, que mantiene quince hijos que viven repartidos en dos cuartos de la casa de la suegra y que comparten las mismas condiciones higiénicas que otros doce hijos de la tía y otros tantos animales que se mantienen como mascotas.

Hasta ahora, y a diferencia de algunos de mis compañeros según me cuentan, mi aproximación a lo que realmente implicaba prepararse para ser un médico había quedado más en imaginación que verdad; pero otra vez me enseña la vida, la realidad es más complicada y las historias que se oyen en los pabellones del hospital deberían ser contadas, las personas consideradas como tal y no como una enfermedad y un diagnóstico por cada uno.

Sólo intento contar historias, sin importar quién quiera leerlas.