miércoles, 3 de junio de 2009

Muerte Libertad

Hoy murió una paciente.

No la conocí, nunca le hablé, siempre supe que tenía una neoplasia maligna; y en realidad seguía hospitalizada por el manejo de sus síntomas, estuvo en el hospital casi seis semanas.

De cuando en cuando llegan al hospital pacientes provenientes del sistema penitenciario, uno se da cuenta porque están esposadas a las camas, intentan cubrirlas con las sábanas, pero ahí están, se pueden ver, y hasta cierto punto atemorizan.

Esta mujer, probablemente en mediados de sus cuarenta, había llegado del penal de santa mónica, la cárcel de mujeres de la ciudad; era española, según me contaron después, estaba cumpliendo su condena por transportar droga. Nunca fue un caso lo suficientemente interesante como para discutirlo con los doctores de práctica, y en las rondas médicas casi ni se habla de ella porque su diagnóstico fue rápido y sin dudas, académicamente no era de ayuda y sólo le dedicaban unos segundos a comentar si ya había llegado el indulto para poder darle de alta para que regrese a su país a morir ahí, y no esposada a una cama en un país extrangero.

La burocracia es lenta como las noches de invierno o como esperar la primavera; el cuerpo, el tiempo, la enfermedad y la muerte no lo son, no te esperan y no esperan a que estén listos tus papeles, porque para morir, no se necesitan visas. El indulto nunca llegó; ella nunca más volverá a ver su tierra; no volverá a cruzar el mar, y tal vez lo más terrible es que no podrá despedirse de aquellos que soñaba ver desde la ventana de su celda, desde la cama de hospital que servía como grillete.

Poco sé de esta mujer, sé que llevaba el pelo pintado de rojo, sé que era una sombra en mis rondas, en el pasillo del hospital, que lloró cuando le dijeron lo que tenía, que perdió su cuerpo en estas seis semanas quedándole sólo un recuerdo de lo que alguna vez fue. Sé que hoy la sombra desapareció y que mañana habrá otra persona en esa cama.

No me siento preparado para conversar con este tipo de pacientes, no emocionalmente y menos aún profesionalmente; no sé si me enseñaran a dar las peores noticias, a dictar sentencias como esta, imagino que en algún momento lo tendré que hacer y me aterra pensarlo. Quizá sea por eso que casi todo el personal del piso trataba de evitar conversar con ella.

Al final, no hay cadena lo suficientemente larga que la ate a esta tierra; ahora es libre, los errores del pasado no significarán más una razón para arrepentirse, no sufrirá más; no sé si está en un lugar mejor, la verdad no creo en esas cosas, pero por lo menos sé que la muerte libera, de todo libera y a pesar del miedo que se le tiene, al final, creo que se recibe bien.

1 comentario:

elena clásica dijo...

Querido Sebastián:

Una historia terrible, sobre todo por lo realista, por la cantidad de casos que pueden estar sucediendo, como éste. Más allá de la tragedia personal, indudable, esta mujer ya se ha liberado, ciertamente ha obtenido la descarga de sus cadenas: las metáforicas y las literales.

A veces los protocolos que se deben seguir son tan inhumanos: un indulto que no entiende de días entre la vida y la muerte y que no llega a tiempo, unas cadenas que atan a una mujer en fase terminal a una cama... qué terrible, ¿no?, pero qué terrible.

Tus palabras, como siempre, reflejan el dolor con el que has acompañado a esta mujer, pues su sombra quiso acomodarse a tu aura de persona buena y te buscaba, por eso has sufrido su desaparición como propia y por eso la compartes con tu sensibilidad dolorida y profundamente humana.

Poco se puede añadir a esta historia. Realmente tu enfoque percibe primero el lado humano y después el de los órganos del cuerpo, así tomados de uno en uno, como diría el poeta Goytisolo. Hay momentos terribles en la vida a los que uno tiene que hacer frente y no le está reservado un papel fácil; sólo se me ocurre pensar que en momentos así, cuando tú asistas a situaciones inabarcables por su dolor, calarás profundamente en el alma de otras personas como ellas han echado raíces en tu ánimo, pues no en vano eres el médico poeta, el médico que encandilas con el arte de tu profunda empatía y tu soñador recuerdo de los seres que han sido y cuyo puesto en tu recuerdo nunca será ocupado por otros, por más que la cama aloje ya a otra persona.

Como siempre, y a pesar de del dolor con el que comparto tu vivencia, es un privilegio grande aprender. Es una expectación siempre esperar tu nueva entrada, leer y releer tus palabras tan dulces, sabias y emotivas.

Un abrazo desde Madrid. No, querido médico poeta, tu alma no ha hecho crack, es muy grande y resistente para romperse.