Ayer logré ver una exposición de cuerpos humanos, llegó al país hace poco; lo interesante de ver estos cuerpos es la técnica que están utilizando, si no lo recuerdo mal es llamada la plastinación, en la cual se reemplazan los fluidos corporales por resinas, logrando resultados extraordinarios a nivel de la conservación de los cuerpos.
La anatomía sería más fácil de estudiar si se contara constantemente con estos recursos, pero yo he estudiado anatomía con cuerpos embalsamados en formol, mis ojos han llorado, literalmente, para aprender y más de una vez he sentido arcadas frente a aromas no esperados. Y más de una vez me propuse volverme vegetariano; quizá yo sea más suceptible que otras personas para todo esto, pero la experiencia de estar sentado solo frente a una mesa de disección, armado con un bisturí número diez y mi libro de anatomía en frente, ha hecho que decida no ser nunca cirujano.
A pesar de esto, no deja de maravillarme la arquitectura corporal; lo tejidos de por sí son complejos; son poblaciones enteras de células que se integran de manera cuidadosa compartiendo el medio que las alimenta; claro que los tejidos aislados no pueden sobrevivir ellos solos, tienen el deber y necesidad de relacionarse con estructuras vecinas para poder formar algo más grande que ellos mismo, tienen una idea innata del bien común y del trabajo en equipo. Pero esto va más allá de eso, podemos estudiar absolutamente todos los tejidos de manera aislada, podemos ver los organos que van formando y las relaciones espaciales entre todos ellos, podemos saber qué los conforma y que funciones tienen, aún así, ni siquiera nos acercaríamos a comprender lo maravilloso de un cuerpo.
Cuando veía ayer los cuerpos plastinados, eran muñecos de cera, estaban inmóviles en una posición determinada, y a pesar de mantener la mayor parte de sus tejidos, sus elementos formes, no se acercaban ni en lo más mínimo a sus observadores. La maravilla de un cuerpo no está sólo en sus elementos, que al fin y al cabo son sólo el metal y concreto; para mi, el milagro de la vida comienza cuando todos sus elmentos inician a unísono y orquestados la magia del movimiento. De sólo pensar en la cantidad de músculos que estoy utilizando para poder escribir sobre este teclado, la cantidad de sangre que se necesita para llevarles oxígeno, la función que cumplen los alveolos pulmonares para captarlo del aire; el corazón que es el metrónomo de la sinfónica, que mantiene fluyendo la realidad y el tiempo en cada latido; los nervios, cableados elécticos que permiten información a velocidades vertiginosas para transmitir en vivo las indicaciones del director de orquesta que termina por generar este sonido sobre las teclas captado por mis oidos, las letras que se van formando en la pantalla mientras escribo que se dibunjan en mis retinas y son devueltas hacia mi yo más profundo...
Mi yo más profundo... como puedo ser yo la suma de mis partes, es que hay algo más aquí que existe independientemente de mis estructuras y sus relaciones? Soy acaso una respuesta a una ecuación química o el resultado inevitable, algo así como las sobras, de las inteacciones neuronales que se han ido formando independientemente en mi cerebro desde niño? Porqué ayer, viendo cuerpos casi completos, mantenidos casi intactos frente al paso del tiempo; no sentí ninguna clase de empatía, igual que con los muertos sobre mis mesas; porqué nadie preguntó quiénes eran, qué hacían, o el porqué estaban ahí admirándonos con su espectáculo tanático... A nadie le importó siquiera saber si aún conservaban sus nombres... Estaban ahí, pero no estaban. Y lo más terrible es, que muchas personas están aquí, pero no están; vivimos tan apurados, tan metidos en lo nuestro, en nuestros propios problemas, que demasiadas veces se nos pasan personas y nunca aprendemos sus nombres, somos tan individualistas a veces, quizá si fueramos más concientes de la arquitectura tan divina, del tan arduo trabajo que se necesita para que alguien esté vivo, respirando... quizá así, podríamos valorar más a todos aquellos que nos pasan al lado.
miércoles, 8 de julio de 2009
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